Hace años me di cuenta de que algo iba mal. Fue el principio de un largo camino que aún no ha llegado a su fin, un camino que me ha llevado a cientos de horas de búsqueda de información, lecturas, conocer gente fantástica, etc. Y todo porque miraba mucho la hora en el móvil, tal cual.
Cuando era niño usaba reloj de pulsera, no había otra, era la única manera, por ejemplo, de saber a qué hora tenía que volver a casa de jugar con mis amigos. De adolescente empecé a dejar de usarlo, tenía un móvil en el que venía la hora, así que pensé (como la mayoría de las personas de mi generación) que llevar encima algo cuya función ya cumplía otro aparato mucho más sofisticado era una tontería, mejor ir más ligero de equipaje.
Con el paso del tiempo empecé a engancharme al uso de ese aparato “más sofisticado”, como no puede ser de otra forma, y lo digo con toda la intención, ya que está diseñado con ese propósito, hasta que me di cuenta de que me estaba perjudicando ¿Cuándo hizo por primera vez “clic” aquella revelación? Pues eso, cuando empecé a mirar en exceso la hora en el móvil, a veces incluso la acababa de mirar y, como me quedaba enganchado a cualquier app, al volver a guardarlo se me olvidaba qué hora era, motivo por el cual había echado mano de él en primer lugar, así que no me quedaba otra que volverlo a hacer.
Ya llevaba tiempo preocupado por esa cuestión cuando el libro Elogio de la Lentitud, de Carl Honoré llegó. a mis manos. Me había dado cuenta de que el uso del móvil estaba mermando mi capacidad de concentración, de sociabilizar, etc. En el libro, el autor habla de la velocidad que ha tomado la vida en el mundo, y de un movimiento social que ha surgido en respuesta a ello, es un libro genial, ya lo he mencionado por esta web en alguna ocasión. En él no se hace referencia a la mesura de lo digital en contraste con lo analógico, pero sí que se pueden extraer sensaciones positivas en ese aspecto de las ideas del libro.
En un pasaje en concreto, Carl se entrevista con David Rooney, director de la sección de relojería en el Museo de la Ciencia de Londres, que cuenta que, en su relación con el tiempo, comenzó a usar un reloj de pulsera de cuerda, porque “simboliza que uno ha recuperado la posición dominante en relación con el tiempo—. Si no le das cuerda a diario, se para, de modo que eres tú quien tiene el control”. Ese gesto puramente simbólico de este desconocido, resonó conmigo, hilaba el texto con mi experiencia. Compré un reloj de pulsera, y luego algunos más (o muchos más depende de a quién se le pregunte) hoy en día si salgo de casa sin él me siento extraño, y sí también de cuerda, el que más uso es un reloj soviético Poveda de 1956. Aquella fue mi primera sustitución de lo digital por lo analógico. Y ya no he parado desde entonces, en futuros textos breves como este intentaré ir contando como ha ido la cosa, un adelanto: Muy bien.
Al reloj de pulsera siguió el reloj despertador en mi mesa de noche. Observé que lo primero que hacía por las mañanas era mirar la hora en el móvil, así que cambié ese hábito malsano una vez más. Estoy encantado con mi despertador, funciona perfecto, la alarma no falla nunca (¿Esto es algo bueno?), tiene un botón para que se encienda una luz nocturna bastante molona y además, si lo acercas a una fuente de luz, los números permanecen “encendidos” por la pintura fosforescente, lo que me recuerda a algunos juguetes de mi infancia.
Hoy en día entiendo mi error, soy indulgente conmigo mismo, nos engañaron a todos, es lo que hay. No, los relojes no son dispositivos menos sofisticados en lo que concierne al tiempo, son maquinarias de una precisión fabulosa, que además estéticamente sugieren mucho más que una pantalla llena de píxeles.
Así que, me alegro de que este sea el primer texto relacionado con mi proselitismo de lo analógico, no sé si a alguien le servirá para interesarse por el uso de relojes tradicionales, pero sea así o no, solo os pido una cosa:
No uséis smartwatchs, son una aberración, si no me creéis ya os lo contaré en otro post, ya me contáis luego.